Hace poco más de cuatro años me invitaron a trabajar en la jefatura de un departamento administrativo de una universidad pública.
El que fue mi jefé, "me instruyó", advirtiendo dos cosas relevantes:
-La junta de gobierno había aprobado un proyecto para ese departamento y dirección para los siguientes tres años y había que llevarlo a cabo cuidadosamente para obtener resultados.
-La academia y los administrativos habían sido irresponsables no sólo con el uso de los recursos públicos, sino también en el acatamiento a los reglamentos universitarios, por lo tanto, era relevante apegarse lo más posible a un tratamiento transparente de los recursos y el cumplimiento de la ley universitaria.
Estas consignas, por mi historia de vida, calaron muy fuerte e intenté llevarlas al pie de la letra. A la larga, dado que yo no tenía experiencias al frente de un equipo de trabajo y un contexto de la gestión universitaria más amplio, todo eso fue contraproducente, porque terminé siendo la mala del cuento.
Me pregunto por qué mi jefe nunca habló conmigo francamente. Él, junto con su asistente, cortaban la comunicación conmigo. Cuando consideraban que yo era merecedora de sus cátedras de experiencia, me hablaban de otros ejemplos y de situaciones complicadas en la universidad, intuyo yo que eran con el fin de "captar mis errores", pero eso, más bien surtía efecto en continuar mi labor "haciendo lo correcto".
Claro que me sentí engañada, frustrada, ingenua. Aún no logro comprender si fui la carne de cañón, la cortina de humo para que la atención estuviera en mí y no en él y su asistente -que está demás decirlo, tenía el papel contrario a mí: "la linda buena onda"- o simplemente algo falló.
Sin embargo, estoy tratando de dejar ir, de liberar ese sentir de mi vida, porque tengo tantas bendiciones, que esos años que viví durmiendo con el enemigo no pueden quitarme lo más valioso que ahora vivo.
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